Uno de los motivos por los que el ser humano se diferencia del resto de animales del mundo es el uso de la tecnología. Además de la capacidad de pensamiento racional, esta posibilidad del uso y manejo de las herramientas nos convierte en algo más, en un salto de “calidad” con respecto al resto de especies. Ya lo contó, de forma metafórica, el maravilloso prólogo de 2001: Una odisea en el espacio (2001: A Space Odyssey; Stanley Kubrick, Reino Unido, 1968), en el que el mono aprendía a utilizar las herramientas como el primer paso de la evolución hacia lo que somos hoy. Uno de esos pasos ha sido, sin duda, el de crear máquinas para viajar y para usar el transporte en beneficio de nuestras necesidades. La posibilidad de que una empresa de transportes en Madrid envíe un cargamento de productos elaborados allí a una población del norte de Italia para su explotación y beneficio convierte a los humanos en una raza evolucionada en la tierra, por delante de todas las demás.
De ahí que Stanley Kubrick simbolizase en su película, mítica ya dentro de la historia del cine, la evolución humana en ese sencillo paso que consistía en coger un hueso y manipularlo para cazar y comer. En su misma película, el cineasta británico recogía la trama de la novela de Arthur C. Clarke que hablaba sobre la rebelión de las máquinas. Sin embargo, más allá de las lecturas que aporta la película de Kubrick, que por sí sola daría de sí para elaborar uno o varios textos sobre la tecnología y la raza humana, hay una que queda evidenciada: la tecnología supone la evolución. No hay duda de eso.
El uso de las herramientas tecnológicas, tanto las tradicionales como las modernas, que empiezan a posicionarse como alternativas de peso, supone el paso adelante en la escala de evolución actual. El terreno del transporte, como decíamos anteriormente, es primordial en este sentido. Que una empresa pueda transportar su producto de una parte del mundo a otra sin ningún tipo de problema (salvo los costes económicos y de manipulación) da pie a que el mundo sea un lugar interconectado a gran escala, un entorno globalizado; en definitiva, lo que se conoce por los entendidos en la materia de globalización como “la aldea global”. Por su parte, el auge de internet ha supuesto un avance aun mayor en todo tipo de transacciones, llegando a alcanzar una evolución sobre lo ya acontecido con anterioridad elevadísimo y nunca antes figurado, ni siquiera imaginado en muchos casos. Sin alejarnos demasiado del mundo de los transportes que está ocupando nuestra reflexión, cabe destacar, por ejemplo, cómo también en este sector, la irrupción de la red de redes ha supuesto cambios irrenunciables de un tiempo a esta parte.
El transporte se sigue efectuando de las mismas formas: por vía marítima, aérea y terrestre. Sin embargo, desde la red, en una clara aportación tecnológica, ahora se pueden seguir, rastrear e incluso asegurar que los envíos lleguen a su destino o comprobar, en caso de que sea necesario, por qué permanecen parados o si han superado los trámites de aduanas que son necesarios. O cualquier otro tipo de eventualidad. Para hablar desde el registro más coloquial y sencillo: hoy en día yo puedo enviar maletas a mi hermano, que está en Londres, por poner un ejemplo, y rastrear desde el primer paso mi envío para saber en cada momento dónde se encuentra y poder hacerme una idea de su llegada o de si ha tenido algún problema en el camino.
No cabe duda de que la tecnología y el crecimiento exponencial que ha experimentado en las últimas décadas ha inundado todos los sectores. Nadie se cuestiona tampoco que uno de los sectores que mejor ha sabido empaparse de esta corriente ha sido el del transporte de mercancías, que ha encontrado en internet un buen aliado para desarrollar su labor de una forma más “abierta” hacia el consumidor, que es sin lugar a dudas el destinatario final de todos los movimientos. Y es que, aunque algunas veces se malinterprete esta afirmación, la tecnología siempre, sin excepción, debería estar enfocada al bienestar del ser humano.